MENSAJES AL VUELO

viernes, 19 de diciembre de 2008

La Vidriera (Hugo Marchén)


"Me levanté de la silla y caminé hacia el frente entre un silencio incómodo y veinte pares de ojos que sentía me observaban con curiosidad. Llegué hasta el escritorio ubicado en el medio del semicírculo de sillas y, tal como me habían indicado, me presenté:

- Mi nombre es Arturo - dije.

- Hola Arturo - respondieron a coro y cansadamente, como si la escena ya se hubiera repetido muchas veces.-

Mientras tomaba coraje para seguir hablando, me pregunté‚ que hacia yo en ese lugar.

Sin embargo la respuesta la conocía bien.

Yo era un adicto.

Si, un adicto. Y si bien muchos consideran mi adicción como ridícula, les aseguro que las consecuencias de la misma son iguales a cualquier otra. Yo no me drogaba, no tomaba alcohol, no era un jugador compulsivo, ni mucho menos un obeso glotón. No. Nada de eso. Tenia un físico envidiable para mi edad, me cuidaba en las comidas y las bebidas. Pero era un adicto. Un adicto a correr.

Repito que podría parecer absurdo que una práctica socialmente, no solo aceptada, sino reputada como beneficiosa, pueda transformarse en una obsesión adictiva; pero así era. Yo había empezado como tantos. Algún amigo que te invita a acompañarlo. Unas pocas cuadras dando vueltas en la plaza. Una corrida por la playa en el verano. En fin; un hobby como otros.

Sin embargo, un día te animas y te anotas en una carrerita en la calle. Allí empieza el problema. Te gusta. Ya te enteras ahí mismo que el mes que viene se corre otra. Y aunque antes de largar no te importaba como ibas a llegar ubicado, empezás a pensar que, si corriendo una o dos veces por semana lograste ganarle a varios, aumentando el entrenamiento, !! ¿ cómo no le vas a ganar a ese viejito que abrazado al nieto sube al podio a buscar su premio de veterano?!!.

- Y empezás a entrenar cada vez más. Y como trabajas haces malabares para encontrar el tiempo libre. Y como el día tiene 24 horas comenzás a establecer prioridades. Al principio encontrás tiempo resignando tu propio tiempo libre. Pero sos casado. Y el tiempo libre es el de tu mujer y los chicos. Y no entendes como quieren ir hoy domingo a lo del tío Pancho si hoy 'te toca en el plan un fondo largo". No. -Vayan ustedes-, les decís. Y el otro domingo viajas a una carrera. Pero es el cumpleaños de tu suegra -Y como no vas a ir; te increpa tu mujer. Y nadie te entiende. Y ya nada te importa... Solo correr. Y ahí ya estás hasta las manos... Empezás a tener problemas con tu mujer. Descuidas el trabajo. Sos un adicto...

Ahí había llegado yo.

Hasta que un conocido me trajo a este lugar en el que voy a contar mi historia a un grupo de desconocidos. "Corredores Anónimos". Si. Así se llama. Es igual a otros grupos de ayuda para adictos. Alcohólicos, gordos, jugadores, fóbicos. Este es para corredores compulsivos. La cosa es que conté mi historia y con el transcurso de las sucesivas reuniones - nos juntábamos dos veces por mes - descubrí que mi caso ere común al del resto de los enfermos". En realidad, mi patología era una de las menos graves. Con el tiempo fui conociendo las historias de los demás.

Estaba Mario, que llevaba casi un año y medio de tratamiento. Su adicción a correr había rebasado todos los limites. Mario había perdido el trabajo a raíz de sus faltazos reiterados para entrenar o viajar a correr. Al quedarse sin dinero llegó a vender el tren eléctrico de los chicos para comprarse el último modelo de zapatillas.

Alberto era otro caso patético. Había abandonado a su familia y desechado un prometedor puesto gerencial en la empresa de su suegro para radicarse en ­Kenia!!. Su enfermedad lo llevó a imaginar que las mundialmente reconocidas aptitudes de los corredores de esa nación africana podrían, aunque fuera en una mínima parte; trasladarse mediante el entrenamiento " in situ "- a su humilde realidad atlética.

Mariana era una joven mamá que tomó la decisión de tratarse el día en que al regresar de uno de sus habituales corridas, encontró a su nene de dos años - al que dejaba solo hasta su vuelta - a punto de ingerir un vaso de Pinoluz, al que, en medio de su recurrente abandono, había confundido con leche.-

Como ellos había varios más. Todos inoculados con el virus del Corredor Adictos Irrazonables. Parias despreciados por la sociedad. Con el tiempo advertí que el tratamiento era severísimo. Como primera medida nos obligaban a desprendernos de todo elemento que pudiere hacernos caer en la tentación de volver a nuestra adicción. Los primeros días la desesperación me invadía cuando veía pasar al cartonero de mi barrio, tirando de su carrito, con mis zapatillas con triple amortiguación y cronómetro incorporado y vestido con mi rompevientos de fibra importada antitranspirante y pararrayos incorporado (para correr por la costa los días de tormentas eléctricas).

Por supuesto abandonar cualquier adicción no es fácil.

Pero en el grupo uno encontraba apoyo y muestras de comprensión y solidaridad. Recuerdo emocionado el día en que entre todos me hicieron una colecta para compensarme la suma perdida que me daban como premio en el trabajo por llegar a horario. Resulta que había salido de casa con el tiempo justo y a una cuadra de la parada veo doblar en la esquina a mi colectivo. Si lo corría lo alcanzaba. Pero recordé las palabras de nuestro líder: -Correr 10 metros es para nosotros como para el alcohólico tomar solo una copita; puede ser el inicio de una regresión sin retorno- Y lo dejé pasar...

Para abreviar la historia, les cuento que con el tiempo uno se acostumbra y llega a dejar de extrañar su antigua obsesión. Hasta llega a ver con una mirada entre compasiva y despreciativa a ese tipo que con cara de enajenado, chorreando transpiración y al borde de la explosión coronaria, nos pasa corriendo al lado mientras nosotros, ya ajenos a la tentación y lejos de tan tamaño desatino, caminamos del brazo de nuestra amada esposa, la que con su habitual dulzura termina de convencernos de la acertada decisión tomada al ir al grupo de ayuda, cuando nos dice:

- Ves, este seguro que hoy, domingo a la mañana, dejó en le casa a su mujer y a sus chicos !! Que diferente a vos, que ahora peseas conmigo y dejaste de lado ese vicio que nos había alejado tanto!! -

-Pobre tipo, no sabe lo que se pierde - digo yo..., ya convencido a esta altura por las bondades del tratamiento. Si, porque aunque al principio yo desconfiaba, el tratamiento parecía muy efectivo y la historia de mi recuperación pienso que hubiera tenido un final feliz si no hubiera sido por esa costumbre que tenemos los argentinos de celebrar con comida determinados acontecimientos o aniversarios cronológicos.

En efecto, al cumplirse un año del ingreso de cada integrante del grupo y por ende lo que llamábamos el aniversario de "el regreso al mundo real", se acostumbraba reunirse a cenar. En el transcurso de mi internado, ya había asistido a varios de aquellos agapes de pacientes más antiguos. Hasta que llegó mi propio aniversario. Es increíble cómo las circunstancias se unen para determinar un destino. La cantina a la que siempre concurríamos había cerrado en esos días por refacciones y Mariana reservó lugar en un restaurante del centro. En la cantina ya nos sentíamos como en casa y entrábamos a medida que íbamos llegando, pero acá decidimos esperar para entrar todos juntos.

Serian las 21:30 y sólo faltaban llegar un par de compañeros de tratamiento. Mientras esperábamos en la vereda, conversábamos sobre lo que íbamos a comer, hasta que de repente alguien preguntó por Mariano.

- No sé, hace un ratito estaba acá y me dijo que iba hasta la esquina - dijo Mariana.

Miramos hacia la esquina y lo vimos parado con las manos apoyadas en la vidriera. Estaba quieto. Como petrificado.

Cuando llegamos hasta él, advertimos que lo que atraía su atención era la iluminada vidriera de un negocio de deportes, en el cual, luego del cierre, un empleado flaquito acomodaba con cuidado varios pares de zapatillas en un escaparate exhibidor.

Sin decir palabra. Sin previo acuerdo. Como obedeciendo a un llamado misterioso, en un instante cuarenta manos se apoyaron en la vidriera y sin emitir palabra y con unos ojos bien abiertos, todos siguieron, como hipnotizados, los movimientos de aquel muchacho que con hábil maniobra acomodaba esas hermosas zapatillas que parecían danzar ante nuestros desorbitados ojos.

Quizás la cosa no hubiera pasado de allí y hubiéramos reaccionado en algún momento si luego de acomodar el último par, el empleado, no hubiera levantado del piso aquel cartel de publicidad que, con delicada precisión, procedió a colgar al costado del escaparate.

En una toma área espectacular, la fotografía de treinta mil corredores multicolores que atravesaban el puente de Verrazzano daban inicio al Maratón de Nueva York.

Aquello fue demasiado para nuestras adormecidas neuronas adictas.

En mi obnubilación creo haber advertido que fue Alberto el que volvía cruzando desde la obra en construcción que había enfrente.

El ladrillazo entró justo por el centro de la "O" del cartel de "OFERTAS" pegado en la vidriera, la que se desintegró en mil pedacitos. Ante la mirada espantada del vidrierista, una horda desaforada, con los ojos inyectados en sangre, entró a la vidriera y, antes de que reaccionara, ya nos estábamos poniendo zapatillas y pantaloncitos cortos y lanzándonos en veloz carrera, entre carcajadas enfermizas, por el medio de la calle...

Por supuesto, a las pocas cuadras nos detuvo la policía y fuimos a parar a la seccional de la zona.

El abogado de "Corredores Anónimos" logró le excarcelación con una presentación que a la fecha es objeto de controversias en ámbitos tribunalicios.

El letrado, también apoderado de otras agrupaciones de adictos, y en un temerario alarde de originalidad y analogía, adujo que los elementos sustraídos encontrados en nuestro poder eran para el !!¿consumo personal?!!

Así culmina la historia de mi paso por "Corredores Anónimos". Hoy, a varios años de aquella experiencia, puedo decir que sigo teniendo los mismos, o más problemas que antes.

Pero creo haber encontrado la solución. Cuando todo parece estar perdido. Cuando mi mujer, lejos de la dulzura comprensiva de nuestros paseos en común, me recrimina mi cansancio vitalicio y la "piladeropaparalavar".

Cuando la incomprensión de la sociedad toda quiere hacerme aparecer como un demente irremediable. Yo ya encontré‚ como responderles.

Me voy a correr..."

fuente: Megainformes.com.ar
Agradecen a la Revista "El Corredor" de Mar del Plata por este fantástico cuento

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