MENSAJES AL VUELO

viernes, 23 de enero de 2009

Revival: crónicas de San Antonio



San Antonio 2004 por Daniel Ibarrola
(actual Halcón, en ese año Corredor del Prado)

Desde el punto de vista geográfico, el tirabuzón de lucecitas que veíamos al regreso de la San Fernando, el cerro del Inglés, o San Antonio como modernamente se ha dado en llamar, seguramente pueda ser definido como una escarpada formación basáltica que con sus 135 metros sobre el nivel del mar defiende el puerto de Piriápolis. Desde el punto de vista turístico, es por excelencia el mirador desde el que se domina dicha ciudad y se recomienda visitar.

Una día al año sin embargo hay cabida para otra definición: más de un millar de atletas lo veneran cuál poderoso volcán activo, cuál deidad suprema de su devoción, mientras desde su base lo contemplan al tiempo que preparan los últimos detalles de su veloz peregrinación hacia su cima.

Muchos de quienes participaron esta vez desconocían que estaban tomando parte de la travesía mas añeja del país. Era la 59na vez que los locos íbamos a tomar ese cerro por asalto. Cómo escuché a un padre decir a su hijo, papá va a correr hasta esa montaña y vuelve.

Unos pocos lo trepamos con alguna asiduidad, otros sólo alguna vez y muchos nunca lo hicieron. Esos últimos, como pasó mi primera vez, seguramente lo sienten de cierta manera como afrontar un reto con lo desconocido y regresarán de la cumbre con una nueva anécdota para el resto de sus vidas.

Sin embargo es mi bautismo en esta prueba y se me hace difícil imaginar tanta gente subiendo y bajando al mismo tiempo. Es una prueba incontrolable en cuanto a verificar el total cumplimiento del recorrido, sólo el espíritu deportivo es garante de no emprender un tramposo regreso antes de tiempo.

Es una camino de 8000 metros que exige más disciplina táctica que muchas otras competencias de mayor aliento. Es que se torna fundamental moderar la desgastante subida para luego tener los restos necesarios para aprovechar al máximo la rigurosa fuerza de gravedad que nos ayudará a alcanzar velocidades para nosotros casi psicodélicas en nuestro retorno del cielo a la tierra, donde habrán de rematarse los últimos mil doscientos metros.

Es una odisea en la que no les puedo describir lo que realmente pasa arriba cuando abajo al loco Eolo se le ocurre soplar fuerte. Y a las 7 de la tarde el incipiente vientito del este comenzaba a poner un preocupante signo de interrogación al respecto.

Los Corredores del Prado repetimos la cábala del martes partiendo a las 10 de la mañana, bien como para llegar lo suficientemente macerados a las 9 de la noche tras haber intercambiado fraternamente todo tipo de alimentos. Ya en el ómnibus, sabiendo que frecuento Piriápolis, algunos me preguntan como es subir el cerro. Les describo las subidas, les sugiero regular sobre todo los primeros dos repechos que son los más empinados y enfatizo que es un reto para completar y disfrutar, que cuando lleguen arriba el 80% del esfuerzo estará hecho. No es hora de pálidas, así que por supuesto omito decir que alguna vez que lo trepé excedido de paso en mis primeros intentos, cerca de la cumbre la sensación era casi de muerte inminente. Mientras tanto yo mismo me pregunto una vez más si esta vez sabré dominar mis impulsos y encontrar el paso correcto al salir.

Ajustamos los últimos pormenores sobre la baranda de la playa. Estiramientos, calentamientos... Federico -12 años-, uno de nuestros valores junior que correría esa noche los 2K, hijo de Aideé y Martín, competidores seniors , se encargó de verificar minuciosamente que mis dobles nudos y cordones entrelazados cumplieran con las normas ISO-12001 para evitar males mayores como los de San Fernando. (Por más detalles referirse a mi crónica de dicho evento).

Tres minutos para partir. Viento aún moderado del este. Unas gotas gruesas presagian que puede haber hidratación forzosa. Cuenta regresiva y largada! Nada de giros como en Gorlero a la salida, así que salvando la estrechez del arco, (¿hasta cuando arcos angostos?) partida limpia por la ancha rambla cuyo único secreto es evitar su pendiente pronunciada del borde derecho hacia la playa, capaz de dejar en un atleta una pierna mas larga que la otra.



Voy haciéndome finito pegando los brazos al cuerpo entre la multitud y así ganando lugares ya que largué varias filas atrás. No debo excederme en el ritmo, no debo excederme en el ritmo me repito, y parece darme resultado. Al salir de la rambla debo bajar un cambio también me repito desde que paso la rotonda, y al entrar al repecho me despreocupo por unos cuantos que me pasan con demasiada agilidad. Sospecho que son muchos de los que luego veo que van quedando fundidos por el camino en el repecho.

Viene el primer cruce bajo las sillas, un poquito más y el primer repecho está dominado. Breve bajada para dejarse llevar y preparar la subida Nº2, la más dura y empinada. Esto se siente Dani, pero vas bien... me digo. El vientito fresco me da confianza para prescindir del agua en el repecho. Los falshes de los relámpagos sobre el cerro fotografían el ascenso. La segunda subida y su misterioso parrillero pegado al camino van quedando atrás. El paso es corto y lento pero firme. Voy pensando en refugiarme cuando sea conveniente más arriba detrás de alguna espalda grande del viento del este. De repente, el camino se raja al medio. Todos a la izquierda, ya vienen los primeros! ¡Dale Zamora, arriba Rosales! (aunque en realidad viene bajando) gritan desde lo profundo del río humano aún que sube. En el horizonte ya tengo a la vista el mar de luces de la península. No lo puedo creer, entre tanta emotividad no me di cuenta que volví a pasar bajo las sillas y el último repecho ya está ahí, al alcance de la mano. De nuevo decido prescindir del agua, me consagro un quinto de segundo para contemplar todo Piriápolis desde arriba y me siento tan en mi punto óptimo, cansado pero con resto, que no quiero siquiera mirar el reloj para evitar presionarme. Ahora sí, a sacar el cambio y a empezar a tirar las zancadas más largas que se pueda.

Cómo nunca, bajando tengo la oportunidad de alentar a algunos compañeros que vienen llegando a la cumbre. Otro gran relámpago que todo ilumina, miro hacia delante y abajo y en el río de corredores me siento parte de una gigantesca anaconda que veloz y avasallante en su bajada va constriñendo el cerro bajo su infartante abrazo.

Bajo más rápido que nunca antes y valga la contradicción pero el repecho de la bajada viene con viento a favor en la camiseta. Las mesas de agua no merecen frenar semejante ritmo, tomo el centro de la calzada y quedan atrás varios que se aprovisionan. Increíblemente los que van adelante me salpican y me refrescan. También dejo al costado del camino algunos parientes que a quién no le ha pasado- por supuesto ni me ven... Se viene el giro a la izquierda para ir a encontrar la rambla. Chau bajada...



Ahora el plan de ruta inicial decía que luego de la rotonda había que sacar fuerzas y rematar el último kilómetro. Me doy cuenta que si logro mantener el paso debería considerarme afortunado, siento el rigor. Sin embargo mantengo la posición, así que termino por pensar que es un problema de relatividad, lo que sucede es que tan rápido venía bajando que mi velocidad estándar parece ahora desconsoladoramente lenta pese a seguir corriendo a la par del resto. Al fin la curvatura de la rambla deja ver la meta. Recién ahí consulto al reloj: 35:21 y 4,25/km, para mi satisfacción nunca había hecho ese recorrido en ese tiempo, el fulero tiempo de la San Fernando encontró revancha.

Después de recibir al resto de los compañeros, me retiraba caminando muy despacio por la rambla. Se me acercó una mujer de cuarenta y pico... -Se ve que agota correr todo eso que ahora vas caminando tan despacio ¿Qué se siente de correr todo eso y subir el cerro?.

"Es una experiencia indescriptible, hay que hacerlo y además vivirlo para sentirlo le contesté bastante pausadamente...".

Me voy a tomar ahora algún descansito hasta febrero, así que les encargo a todos las crónicas, y ni que hablar al maestro Alain a quien sigo sin conocer. (Cuidá las llaves esta vez!!!).

En un año y poco corriendo esta era la sellada , un exámen que el año pasado no había tomado, una materia pendiente. Tengo muchas dudas que lo hubiera disfrutado tanto de no haber mediado mi encuentro -en un año con tramos para mi particularmente duros- con ese tan heterogéneo como formidable grupo humano que es la gente del Prado que me ha hecho sentir como en mi propia casa. A todos ellos de corazón les dedico humildemente si la aceptan esta crónica, pero también mi mejor abrazo!

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San Antonio 2004 - Crónica de Alain Mizrahi (el pintor de sobretodos)



Difícil tarea la de escribir esta crónica luego de haber leído la de Dani: Otro gran relámpago que todo ilumina, miro hacia delante y abajo y en el río de corredores me siento parte de una gigantesca anaconda que veloz y avasallante en su bajada va constriñendo el cerro bajo su infartante abrazo . Esta frase digna de Pablo Neruda quedará para la mejor historia de los Race Reports. Dani, ¡sos un poeta! ¿¿Qué sustancia alucinógena ingeriste para que se te ocurriera esa metáfora?? ¡Menos mal que no había control antidoping!

Partida a las 16:00 con el Ing. Dula y el Doc Pereyra. No digan nada, al susodicho sus colegas matasanos le dicen el Tallarín Pereyra , vayan a saber por qué, si pesa 60 kilos mojado. El mismo nos entretuvo primero con relatos abominables de personas descuartizadas por sádicos cirujanos él, entre otros - sobre mesas de operaciones: cómo salvarle el brazo a una octogenaria despellejada por un perro; cómo coser una arteria con hilo y aguja y con una sola mano; o cómo reparar los daños causados a un pie por una cortadora de césped. Muy instructivo por cierto. Los tallarines del almuerzo me quedaron a medio digerir. Luego pasamos a las clases teóricas acerca del umbral del lactato y las zonas oscuras del entrenamiento en las cuales corremos kilómetros al pedo pensando que sirven para algo. Créanme, el Doc es el Libro Gordo de Petete en la materia.

Llegada a Piriápolis a las 17:30, cola de 15 ó 20 minutos en la Comisión de Fomento para inscribirnos bajo un vientito que amenazaba convertirse rápidamente en muy molesto para la práctica del atletismo de calle. Hospedaje en casa de Natalia en Playa San Francisco, donde una veintena de niños entre 2 y 10 años lograron poner muy nervioso al Doc al punto de hacerle peder la concentración para la carrera: por qué te ponés ese short? Por qué te ponés dos pares de medias? Adiviná cómo me llamo! Adiviná cuántos años tengo! Vení a ver las lechuzas que encontré en aquel árbol! Los instintos más primariamente asesinos de Jorge brillaron fugazmente en sus ojos.

Punto de largada, 20:00. Presentaciones múltiples y saludos varios. Intento de acercamiento amistoso a la secta de las camisetas anaranjadas , cuyo líder espiritual repartía los números a sus fieles. Recibimos en retorno miradas despectivas y sonidos guturales onomatopéyicos como siempre. No hay caso: esta secta tiene decididamente como norma no fraternizar con otros corredores. Lo he intentado en numerosas carreras, desde la 8K de Florida hasta el Maratón de Porto Alegre, sin éxito. Quizá deba mudarme a Carrasco para lograrlo, y acercarme al cartel ubicado en la vereda de la Rambla cerca de la Esso y que reza secta de las camisetas anaranjadas, GATE 1 (sic).

Durante el calentamiento, dando vueltas al cantero del medio de la Rambla, aprendí que el Doc sufría de disbalance abdómino-pélvico-crural , también llamada vulgarmente osteopatía dinámica del pubis . Sigo sin entender bien qué mierda es todo eso pero suena muy feo y de todas formas no parece afectarlo demasiado para terminar la San Antonio en menos de 30 minutos. Luego me enteré que hacer pichí es lo mismo que exoneración de emuntorios , y que los médicos utilizan habitualmente todo tipo de términos sádico-anales para referirse a las funciones fisiológicas más comunes de los seres humanos (dixit Natalia).

Amontonamiento en la línea de largada, una vez más con un arco al recontrapedo que dificulta aun más la salida de los supuestamente 2600 inscriptos (volveré sobre esa cifra). Empieza a llover, y el cielo amenaza con un diluvio similar al de la San Fernando 2002. Cuenta regresiva, y se larga la carrera por la Rambla. Embudo, y luego la difícil operación de esquivar cientos de piernas hasta que se acomoda la marea humana en función de los ritmos de cada uno. Los mil metros hasta el inicio del primer repecho ya se volvieron insuficientes para eso. La calle se angosta y me hace difícil encontrar mi paso debido a la cantidad de gente corriendo alrededor. Durísima la primera subida. Creo que es la más empinada. Empiezan a destacarse los que creyeron que era muy fácil, arrancaron como pedo y ya tienen que caminar. Nadie habla, a diferencia de otras carreras. Solo se oyen los resoplidos y el ruido de las zapatillas sobre la calzada.



Primer llano con bajadita incluida. El pelotón acelera, intento mantenerme con el mismo grupo. Paró de llover. Segundo repecho, menos empinado pero más largo que el primero. Mi disco duro empieza a emitir mensajes del tipo Alerta: el sistema está efectuando operaciones no válidas y se apagará , con dos opciones: aceptar y aceptar . Intento reiniciarlo pero vuelve a mostrarme mensajes amenazantes tales como esto es el volcán Kilimanjaro, mide 5000 metros de altura y vos no tenés genes keniatas así que pará ya mismo porque te vas a morir . Deseo en ese momento asesinar a mi maestra de 4º año de escuela, que me hizo creer que el Uruguay no tenía accidentes geográficos de envergadura tales como altas montañas. Se ve que nunca corrió la Doble San Antonio.



Tercer y último repecho, empiezan a bajar los primeros. Esta es una de las características que hacen la Doble San Antonio más interesante: se ve pasar toda la carrera gracias a que la ida y la vuelta son por el mismo camino. Cronometro la llegada a la cumbre: 20:00. Va a estar difícil mejorar el tiempo del 2003. Comienzo a sentir algo extraño en mi pierna derecha, algo así como pequeños latigazos. Miro hacia abajo y descubro horrorizado que tengo el cordón desatado. Dani, ¿¿fuiste vos el que me hizo eso?? ¡¡En diez años jamás me había pasado!! Evalúo rápidamente la posibilidad de parar para atármelo y desestimo la idea. Que sea lo que sea. Pongo toda la carne en el asador, acelero a fondo, paso quinta, pongo el turbo, aprieto los dientes y largo la bajada. Es una sensación realmente extraña la de correr a esa velocidad y con esas zancadas. Siento una amenaza de calambre en ese músculo traidor que está al costado exterior de la tibia (cómo se llama ese músculo? Lo odio!!!). Trato de estirarlo entre un paso y otro. Ultima bajada acelerando a fondo. Pienso que si llego a pisar mi cordón desatado voy a terminar rodando por la ladera del cerro.

Vuelta al llano. Me queda algo de resto para intentar mantener el paso de la bajada. No lo logro, pierdo de vista al Coyote TFH, que había sido - sin saberlo mi pacer en toda la bajada. Aparece el reloj: 36:10, nueve segundos más que el año pasado. Prueba no superada. Aunque creo que mi tiempo del año pasado fue excepcionalmente bueno. ¡Qué joda eso de volverse tan exquisito al punto de pretender siempre un mejor tiempo! A veces me impide disfrutar el haber corrido. ¿No les pasa a ustedes?.

Un cálculo interesante, y a ver si alguien más lo hizo y podemos comparar: hice la ida en 20:00 y la vuelta en 16:10, lo que significa que la ida me llevó el 55% del tiempo y la vuelta el 45%.



Una reflexión final, que dejo picando y que ya escribí a propósito de la San Fernando: si el número de participantes sigue creciendo año a año, va a llegar un momento en que esta carrera va a ser imposible, por la ida y vuelta por la misma angosta calle. Ya se está complicando bastante hasta cerca del segundo kilómetro. ¿Cómo se va a resolver? ¿No habrá que llegar a establecer un cupo máximo, como se hace en muchas carreras alrededor del mundo?

Y un comentario a propósito del número de corredores: en la San Fernando anunciaron con bombos y platillos que habían más de 6000 inscriptos . Acabo de mirar los resultados y fueron menos de 3300. Aquí dijeron que habían más de 2600 inscriptos y realmente no lo creo. O la mitad de los que se inscriben no corre, o se miente sistemáticamente. ¿¿Con qué absurdo propósito?? Si aun el número real es altísimo para una carrera en Uruguay...

Mis felicitaciones a Natalia por su tiempo. Esta flaca en cualquier momento nos pinta la cara a todos. Al Dula por haber mejorado su tiempo del año pasado en cerca de cinco minutos. Y por supuesto al Doc, pero como dijo el gurú de las camisetas anaranjadas, lo suyo no tiene demasiado mérito porque es genético. Debe tener el mismo ADN que los antílopes, o ser un hermano no reconocido (por haber nacido blanco) de Robert Cheruyot.

¡Fuerza corredores! A seguir mejorando y rompiendo marcas.

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San Antonio 2005 - Crónica de Daniel Ibarrola

Casi tres meses de ausencia de las rutas, casi dos y medio de apenas mantenimiento con un par de trotes semanales de 12 o 13 kms con 5 o 7ºC, volver para las fiestas, reengancharse en el húmedo calor rioplatense de enero. No fue nunca una propuesta demasiado meditada, pero se dio de ese modo. Así que ante alguna que otra atónita mirada, la noche buena me sorprendió haciendo pasadas de 400 metros de último momento, lo mismo que el primero de enero; como intentando recuperar en tres o cuatro clases todas las anteriores inasistencias al curso.

El cronograma para colmo de males de un ahora “veterano 40” según la AAU, daba sólo 48 hs. de descanso entre los santos Fernando y Antonio; San Felipe y Santa Nativa habían quedado inevitablemente postergados a 2005. Así que conociendo de sobra mis tiempos de recuperación decidí no quemar las juntas el 6 de enero pero si hacerlo sin ningún remordimiento en Piriápolis. San Fernando sería un “chiveo”. (...)

A San Antonio llegué de acuerdo a la planificación con el desafío de bajar los 35’21” del 2004. Así de clarito, ¿vieron? Largada firme con intención de bajar ritmo tras la rotonda, al inicio del repecho. Pero parece ser que largar fuerte para después aflojar de modo consciente, tiene un componente sicológico que lo hace muy difícil si no imposible; es difícil renunciar intencionalmente a las posiciones ya ganadas. Primer gran repecho con agotamiento pero al firme; segundo gran repecho y en mitad de el mismo... la gran p... ¡¡¡que tirón en la pantorrilla izquierda!!! Y con doliente repercusión en cada paso que sigo intentando dar... me hago a un lado del camino; y recordando una vieja lesión que empeoré por continuar un día que entrenaba trepando ese mismo cerro, recordando que me llevó luego casi un mes de recuperación, recordando que queda la mitad por subir, y con la fatiga cómplice en el desaliento doy un paso al costado y por precaución por primera vez en la vida abandono. La parte sensata de mi cerebro dice que hice lo que debía, la otra a los dos minutos tiene un arrepentimiento inexplicable... pero la decisión ya fue tomada, sin meditarla demasiado, pero tomada al fin. La macana del día es que un integrante del equipo de Casinos, viajero del superbús de Atletas del Prado–Villa Española arriba a la llegada sin poder respirar y es raudamente trasladado a la carpa de primeros auxilios donde por suerte lo recuperan.

En lo personal, lo positivo es que a los tres días estoy trotando nuevamente 15k. Obviamente entonces, la lesión no fue otra cosa que alguna mínima rotura de fibrícula (...)

En resumen: lo mejor del mes fue haber seguido cosechando amigos y afectos, disfrutando de los buses cinco estrellas en los que siempre vamos conociendo alguna cara nueva y porque no, haber mejorado un cachito los tiempos de hace un año. Habrá que seguir peleándola en esto de hacer a los 40 lo que no se hizo a los 20...

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Crónica de San Antonio 2005 vista desde afuera - Pollito



Dos días posteriores a esos reyes hurtadores, San Antonio esperaba martirizado con un rústico yeso en la glorieta de la cima del Cerro de los Ingleses. Guardia policial-médico-familiar mediante, acompañamos otro viaje brillante del bus cinco estrellas. Una cosa es vivir las carreras desde dentro y otra muy novedosa es verlas desde fuera, pero con la plena conciencia de lo que vive quien va en el curso de corrida. Me venía a la mente el “¡Aplaudan, ché, que es gratis!” que decía un corredor fernandino días atrás. Esa noción de la carrera como “gran espectáculo gratuito” es importante revalorizarla. De todos modos, el espectador estático tiene una diversidad muy interesante: “Vamo ´Gard…” “Vamo ´Ros…” “Vamo ´Zamo…” Difícil terminar un enunciado a 25 kms/h aprox. Para quien observa quieto, todo es muy etéreo en la punta. El público goza ante todo con el esfuerzo del veterano que parece tener su última carrera (o su último día), la señora gordita, la familia Simpson que corre unida y que, más de media hora después de la llegada de las liebres, espera de ese aliento mientras parecen decirse: “Vamos, un paso más Homero”.

En la cima, junto a San Antonio, los preparativos. Llegamos en las aerosillas del siglo pasado (lo que es por cierto todo otro deporte “de riesgo”). Cerca de una veintena de chicos de Nativa disponía los tablones plenos del vital elemento en dos amplios semicírculos. En el último repecho a la cumbre, viento en contra para los corredores, se dispusieron dos bomberos con una labor magistral.

La hora de la largada desde la cima es seguida por una visión paulatinamente grotesca: alguien ha liberado una horda de miles de hormigas desenfrenadas que se van estirando allá lejos, en la rambla. A los diez minutos, el bombero recibe un mensaje por el walkie, enciende la manguera con el dispersador y comienza a humedecer el piso a modo de lluvia. A los quince minutos con treinta segundos, la élite está arriba. Muy poca hidratación y un ritmo de no creer dando la vuelta. En la media hora restante, la diversidad humana. Lo curioso de todo es ver cómo han pasado los primeros de desenvueltos y lo calamitoso que se vuelve el panorama con los minutos. El “clinc-clanc” de los vasitos de Nativa golpeteando, el murmullo de las pisadas contra el agua de lluvia de los bomberos, un grito de “llegué, llegué” de un veterano y la bajada nuevamente, dando aliento desde la (¿)comodidad(?) del aerocarril. La rambla disfruta su apogeo nocturno, los gritos de aliento van in crescendo ante el pasaje de un veterano o de aquel con bastón que lucha sus últimos metros. Recuerdos imborrables.

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